Como un cielo de verano, como el trueno de un tambor. Homenaje a la selección uruguaya de fútbol 2010


No es sólo que esta selección uruguaya sea la representación deportiva del país de uno. Es más que eso, es que ES uno. Una gran cantidad de uruguayos vivimos en Australia, Canadá, Buenos Aires, Francia, Suecia. A ninguno nos ha sido fácil. La última vez que ganamos algo fue hace cuarenta años en México cuando Espárrago metió un gol no de cabeza sino más bien de nariz, a la entonces URSS.  Luego nada.  Fueron décadas de ver festejar a los otros, de buscar trabajo sin ayuda. De oír a los abuelos hablar de un Maracaná que no vivimos. De ser mozos en casinos europeos, albañiles en Austin, refugiados en Gotemburgo, obreros en Toulouse. De perder uno a seis con Dinamarca en México 86, de no ganarle a nadie. De ver ganar a Alemania, a Argentina, a Brasil, a otros. De ver a otros progresar y uno seguir remando. Vaya a explicarle esto a alguien que no lo haya vivido. A alguien que no sea uruguayo e inmigrante. Siempre la ñata contra el vidrio, siempre de afuera, siempre los mozos del coctel, eso fuimos nosotros, los uruguayos. La selección no es por tanto solamente el equipo del país en que nacimos, es una metáfora de la vida de muchos de nosotros. Nada le salió fácil y todas las tuvo que pelear sin ayuda de nadie, de cero, de abajo. Inmigrante sin contactos, peleador solitario. Selección con fama de patadura que siempre iba no a jugar sino a dar patadas. Todo eso fuimos los uruguayos mucho tiempo, demasiado.
Pero un día todo tenía que cambiar, un día se nos tenía que dar. Poder volver, de la mano de Tabárez, Muslera, Forlán, Fucile, Suárez y Victorino a ser alguien en el mapa. Una estrella en el firmamento. A festejar con los amigos locales de uno que festejan un triunfo Celeste como propio. A tocar la pelota con la mano pero no como falta sino como último recurso, lo que es totalmente diferente. A trabajar más duro que nadie para poder salir de la fábrica a un conchabo más acorde con lo que somos o fuimos o supimos conseguir.
A muchos de nosotros nos tiene sin cuidado quien gane la elecciones en ningún país del mundo pues nada de eso cambiará nuestras vidas. Sabemos que siempre todo dependerá de nuestro esfuerzo y de nada más. Porque somos inmigrante y esta es la ley básica que uno aprende cuando se toma el buque, no esperar nada de nadie ni de gobierno alguno. Pero sí nos cambia la vida un triunfo deportivo, épico, contra un juez que hizo todo lo posible para que el continente anfitrión siguiera en carrera, como ocurrió contra Gana. O dos muestras maravillosas de entrega e hidalguía como fueron los partidos contra Holanda y Alemania. Porque siempre hemos tenido todo en contra y no hubiéramos querido que hoy fuera diferente. Porque, jorobar, nos lo merecíamos. Porque teníamos derecho a una alegría tan largamente postergada.
Me he preguntado que hubiera pasado si Uruguay le ganaba a Holanda y luego a España. Sí, ya sé, seríamos campeones del mundo, primeros en el ranking de la FIFA, etc. Todo eso lo sé. Pero me preguntaba si yo sentiría lo mismo por la selección en ese caso. Y creo que la respuesta es que la quiero más así, porque amo el honor de los derrotados que murieron peleando, porque creo sinceramente que de lo que más debemos enorgullecernos respecto de este equipo es en que le ha enseñado al mundo como pierden los grandes: sin quejarse al juez, sin armar trifulcas en la cancha, sin peleas ni histerias ni patadas y al mismo tiempo sin entregarse o tirar la toalla, sin darse por derrotado antes de tiempo. Peleando cada pelota hasta el final. Saliendo a marcar al arquero contrario por si se equivoca aunque esto tiene una posibilidad en un millón en el fútbol profesional de hoy. Yendo a tomar el espacio que deja el compañero que sube. Así hasta el minuto 90 y más si hay descuentos.

Todos los equipos y selecciones del mundo saben ganar. Eso es fácil cuando a uno le toca. Pero no todas saben perder. Mírelo a Maradona rehuyendo saludar a su par alemán, mírelo al DT holandés sacándose la medalla apenas había descendido de recibirla con lo que mostró que además de mal perdedor es mal educado, mire al equipo alemán yéndose cada uno para su casa al llegar a Frankfurt y dejar a los aficionados que habían ido al aeropuerto sin recompensa alguna, ni una foto ni un autógrafo.
Es para perder como caballeros y como guerreros que se precisa don de gentes, calidad, caballerosidad, hidalguía. Pierre de Coubertin, el fundador de las Olimpíadas modernas, que de deporte sabía lo que pocos, dijo “L'important dans la vie, ce n'est point le triomphe mais le combat. L'essentiel n'est pas d'avoir vaincu, mais de s'être bien battu”. ("Lo importante en la vida no es el triunfo sino el combate. Lo esencial no es haber ganado, mais de s'être bien battu")
Y escribo el final de la cita sin traducirla porque no creo que haya expresión en castellano que refleje fielmente toda la carga que tiene en el original: Algunas posibilidades van por el lado de "sino haber entregado todo", "sino haberse batido hasta el final" pero también dice que es haber ganado honestamente, haberse batido según las reglas.
Esas tres cosas y muchas más hizo la selección de Tabárez. Su sola existencia fue un viento fresco y al mismo tiempo cálido en el fútbol del mundo. Que además, quien dio cátedra y mostró que el fútbol Nike no ha terminado con todo haya sido un grupo de compatriotas nuestros, claro que agranda la  emoción.

Por eso yo prefiero que las cosas hayan sido como fueron. Porque yo amo el amor de los marineros, idolatro la gloria de los peleadores y creo, como Alfonso Quijano, en los libros de caballería, en los duelos medievales, en héroes y heroínas.

Yo nunca cometeré la blasfemia de minimizar a la selección del 50. Pero que quiere que le diga, esta de hoy está mucho más cerca de mí, de mi tiempo y de mi corazón.

Poema al corredor anónimo

.
.
.
.
.
.


Porque todos te toman por demente,
Yo dedico estas líneas a tu hazaña.
Para que el mundo sepa claramente,
que hay alguien que en la lucha te acompaña.

Corredor es sinónimo de empeño,
De obsesivo, dedicado, trastornado.
Invencible en la calle y en el monte,
tus pies ambos terrenos han hollado.

Nunca entregues tu virtud, nunca te apartes,
del camino que el deporte te ha trazado.
No sufras el dolor, nunca te entregues,
ni cambies el ritual incorporado.

Fuerte es quien al prójimo supera,
invencible en cambio quien consigue
derrotarse a sí mismo y persevera
y no deja de correr ni de entrenarse.

El cansancio tus músculos castiga,
El sudor ha inundado tu remera.
Mas tu mente en modo alguno reconoce,
ninguna autoridad a la fatiga.

Corredor, estas líneas sólo aspiran,
a que nunca detengas tu carrera.

Lance Armstrong: no habrá ninguno igual, no habrá ninguno

Acaba de terminar una de las ediciones más memorables del Tour de France. Recordaremos la edición 2005 como aquella en que Lance Armstrong se convirtió en el único hombre en la historia en ganarlo por séptima vez (y en ganarlo seis veces, for what that matters). El que más veces vistió el maillot jaune, la casaca o remera amarilla que obligatoria –y orgullosamente- debe portar quien va primero en la clasificación general. El único en ganar su último Tour antes de retirarse.
Y téngase en cuenta que la organización hizo todo lo que pudo por ponerle obstáculos. Jean Marie Leblanc, director del Tour de France, primero acortó y luego redujo la cantidad de pruebas contrarreloj, tipo de competencia en que Lance es particularmente superior a todos, de modo de dar más chance a los demás contendientes disminuyendo las de Armstrong. Nothing personal, nada contra Lance, es sólo que el trabajo de Leblanc es mantener el interés de la afición en el Tour y la hegemonía de Armstrong amenazaba con acabarlo, como hizo parcialmente la de Schumy en la Fórmula I. Pero Armstrong hizo su trabajo mejor que Leblanc el suyo, y nada de esto alcanzó para pararlo.
Sugiero a todos que lean el reglamento del Tour de France en Internet, no es largo ni complejo. Por eso el Tour para mí se parece al ajedrez, porque con un conjunto de reglas básicas simples, permite un juego de estrategia casi infinita. En mi humilde opinión, bien más compleja que el fútbol, por ejemplo. Me preguntaba ayer mientras delineaba en mi cabeza las ideas que pondría en estas líneas: ¿Cuántos aficionados al balompié entienden realmente ese deporte? ¿Cuántos podrían explicar con solvencia en qué condiciones elegirían un 4-3-3 o un 4-2-4 según las características de los jugadores propios, de los del adversario, de la posición en tabla, de los otros campeonatos que se están llevando adelante simultáneamente? No digo que ninguno, pero ciertamente no todos. Algo parecido pasa en el ciclismo. Para mucha gente se trata de darle al pedal y poco más. Tienen una visión lúdica, nada profesional del deporte. Por eso a ese grupo no le cae bien Armstrong, que es el otro extremo, el profesional total. Un tipo que sólo entrena para esta carrera y ninguna otra. Que corre previamente cada subida analizando en qué lugar va a meter qué relación plato-piñón y hasta qué momento. Que entrena en un túnel de viento para mejorar la posición del cuerpo, manos y cabeza de modo de optimizar aún más la aerodinamia. Un tipo que en años no tomó una gota de vino ni hizo nada que se saliera del objetivo: ganar el Tour de France. Que formó un equipo cuyo director, el belga Johan Bruyneel sigue la carrera en un ómnibus donde tienen computadoras de última generación en las que ha cargado no sólo los planos altimétricos de todas las etapas, sino la historia de todos los contendientes, su potencial y sus posibles aspiraciones tanto en la general como en cada etapa. Con cámaras que muestran en tiempo real la cobertura televisiva. Y con todo eso, decide y ordena por radio a cada miembro del equipo de Lance –antes el US Postal, ahora el Discovery, pero siempre lo mismo- cual es el rol exacto que debe cumplir para asegurar la victoria del líder. Algo que yo encuentro apasionante.
Para los que saben lo que estas variables significan, Lance tiene pulsaciones en reposo del orden de 33 ppm, un VO2 de 83,8 (o sea, una capacidad respiratoria superior a la de un medallista olímpico de natación o maratón)
Muchos acusan a Armstrong de doparse. La realidad es que le han hecho más controles que a ningún otro y ninguno le ha dado positivo. Los de la contra dicen que su tecnología es tan buena, que pasa sin ser detectada. Algo poco creíble pues la tecnología hoy está disponible para cualquier ciclista de un país del Primer Mundo y sin embargo a los demás los agarran de tanto en tanto. Si se dopa, no hay nada que permita concluir que lo hace en forma diferente a todos los demás atletas.
Para los que no lo saben, Armstrong sufrió un cáncer de testículos –probablemente generado en el dopaje, a qué engañarse- que llegó a metástasis en el cerebelo y estuvo en un momento con 50% de chances de morir. Que su carrera continuara parecía entonces imposible. Pero volvió y lo hizo para ganar siete veces el Tour.
Hay una parte de la afición francesa que no se lo banca. Yo creo que es por un conjunto de motivos: porque es norteamericano, y esto hoy en Francia está mal visto, porque es tejano, “más norteamericano profundo aún” desde ese prejuicioso punto de vista, y porque los franceses no valoran como yo, como Enrique, como los norteamericanos, la garra individual, eso de salir solo desde el fondo hacia la gloria. El triunfo de la voluntad individual, no es para el pueblo galo un valor notable. Ahí radica la esencia de la cosa.
Lo interesante es que sus más serios colegas o competidores, son los primeros en darse cuenta que lo que mueve a Lance no es la droga, sino la Fortitude. Los demás no lo entienden, porque de ella nada tienen. Schumacher –otro hegemónico y por tanto comparable a Armstrong- dijo: “nuestros deportes no pueden compararse, en el mío mucho depende del auto”. Una notable muestra de humildad del alemán.
Para mi Armstrong se parece mucho a Gardel, en el sentido de que fueron dos hombres que hicieron de su actividad algo mucho más serio y profesional que sus contemporáneos. Gardel fue el primero en cuidar su cuerpo con dieta y gimnasia para lucir bien en el escenario. El primero en hacer video clips. El primero en elegir corbatas y camisas según como lucirían on stage.
El récord que estableció Lance en el ciclismo durará, me parece a mí, tanto como los de Mark Spitz, Emil Zatopek o Sergei Bubka, para mi los tres más increíbles récords de la historia del deporte (y si Ud. es también un seguidor de estos temas, me interesaría saber si comparte o no, si tiene otro récord en su corazoncito deportista, que pondría a la altura de estos).
Mark Spitz no solo es uno de los únicos cuatro seres humanos a acumular nueve medallas doradas olímpicas, es sobre todo el único a haber ganado siete en una misma Olimpíada y estableciendo en las siete un nuevo récord mundial. Emil Zatopek fue el único corredor de fondo de la historia que ganó oro en las tres carreras de esa disciplina en una misma Olimpíada (5 mil, 10 mil y maratón). La maratón se la ganó a Jim Peters, la estrella de los cincuenta, y sin haber corrido nunca antes esa distancia, ni siquiera en un entrenamiento.
Sergei Bubka es ruso y como Spitz todavía vive. (Zatopek falleció hace unos pocos años). Durante los 80 dominó el salto con garrocha estableciendo hace once años un récord (6.14 mts) que no ha sido superado, hoy se está saltando diez centímetros por abajo como mucho. Pero hizo aún más: rompió 35 récords mundiales, muchos de ellos, de su propia pertenencia.
Ninguno de los tres ha sido superado, y ahora se les une el de Armstrong. O sea, creo que son cuatro récords que difícilmente veamos a alguien quebrar alguna vez. Claro que puedo estar equivocado, pues como dijo una vez ese otro grande que fue el vasco Indurain –con cuya bicicleta me saqué una vez una foto- “¿Cómo me voy entristecer de que Armstrong me haya superado? Los récords están para ser quebrados, chaval”.
Emocionaba verlo a Lance llorar lágrimas amarillas ayer en Champs Elysees, seguido de decenas de franceses en bicicletas de paseo, tal como hacen los barcos de todo tipo y formato, cuando reciben en puerto a un buque que vuelve vencedor a sus muelles.
Chapeau campeón, ya no hay que esforzarse más. Dejá los pinceles, la paleta a un lado. No hay ni siquiera un retoque que haga falta. La obra maestra está terminada.

Antonio Silio: nos visitó un grande


(Marzo de 2006)
Pasó desapercibido. Los medios, siempre atrás de un futbolista que haga desmanes en una discotreca de la costa esteña o de una modelo en toples ni se ocuparon de él. Ni siquiera fue noticia en los suplementos deportivos, donde con suerte, un suelto de ocho líneas, en una columna chiquita del costado de la penúltima página, lo mencionaba.
Tiene ya cuarenta años y nació en Entre Ríos, Argentina. Vive en España hace años donde lo llevó a radicarse el desinterés que este país tiene por todo deporte que no sea fútbol, tenis o básquet. Vino a visitar la familia y no resistió la tentación. Se calzó las zapatillas de carrera, como cuando era número uno y se largó a competir. Puedo imaginar lo que sentía mientras se ataba los cordones o se hidrataba charlando con quienes lo miraban como a un monumento viviente. Tantas cosas debían pasar por su cabeza: cuando hacía lo mismo pero se jugaba todo, no como ahora que es para divertir y divertirse.
De haberme enterado yo hubiera viajado a 25 de Mayo, un pueblo perdido en el interior remoto de la gran llanura argentina, donde tuvo lugar la carrera. Hubiera ido a verlo correr, a conocerlo, a apreciar con mis ojos la belleza de su cuerpo gallardo en movimiento. El hombre que en 1992 (1.00.40) fue subcampeón mundial de media maratón en Inglaterra (perdió contra Sebastián Coe, uno de los mejores corredores del mundo en esos años). El hombre que en 1995 clavó el que al día de hoy sigue siendo el mejor tiempo argentino en maratón (2.09.57). Fue récord sudamericano de 5 mil (13.19.64 en 1991) y 10 mil (27.38.72 en 1994) tiempos que no han sido superados todavía en el continente. También conserva aún el récord argentino de 3 mil (7.50.15 en 1990) y media maratón. En resumen tiene todos los récords argentinos de todas las distancias comprendidas entre 3 mil metros y maratón.
Se llama Antonio Silio, y aunque la gilada no lo conoce, es uno de los diez mejores atletas argentinos de todos los tiempos.
Bienvenido a casa Antonio, pena que el país no supo darte el recibimiento que merecés. Pero así somos, Vilas debió esperar treinta años para ser indiscutido.
El sábado parto a Barcelona a correr los 42 kms. por décimo quinta vez el próximo domingo 26 de marzo. Llevaré en mis hombros los nombres y el recuerdo de tipos como Antonio Silio, Osvaldo Suarez, Luis Migueles, Juan Carlos Zabala (votado por sus colegas el mejor atleta argentino de todos los tiempos, es al día de hoy la medalla olímpica dorada en maratón de menor edad), Delfo Cabrera (nuestra segunda y última medalla dorada en maratón olímpica, luego vino la debacle, y esto sea dicho con todo respeto por ese otro grande que es Oscar Cortinez) y tantos otros. Quizás ellos me ayuden.

Imola


(Abril de 2005)
En la última carrera de Formula I el que iba primero faltando doce vueltas terminó ganando, y el que iba segundo en ese momento también mantuvo su posición.
Así puesto, parece que asistimos a una de las más aburridas carreras en mucho tiempo. Prueba de lo que puede hacer una manera de relatar, de como es posible dar vuelta los hechos. Porque fue totalmente al revés, asistimos a una de las competencias automovilísticas más emocionantes de los últimos diez años por lo menos. De los tiempos de Senna y Prost que no se veía algo así. Y mejor, diría yo, porque esto fue totalmente limpio, no como aquello del paulista al francés que hizo historia del bochorno en el deporte, como la mano de Dios de Diego.
Schumy salió en séptima fila, posición décimocuarta, por un error en la clasificación, en la que se comió una curva. Un horror, pues delante tenía la "calle" llena de un pelotón de pilotos más lentos a los que resulta imposible superar. Imposible para todos menos para Schumy, claro. Usando hábilmente una carga superior de gasolina, consiguió permanecer corriendo mientras la gilada iba a boxes. Esto lo retrasó al principio, pero ese retraso no contó pues él corre más rápido que nadie y compensa. Entonces corrió como sólo lo hacen los grandes, desplazando su Ferrari por la pista a una velocidad que pocas veces antes se había visto en Imola o en cualquier parte. Pasó de estar a más de 30 segundos de Alonso, el puntero, a "tocarle" el paragolpe trasero (una metáfora, porque esos autos no tienen)
Lo que habíamos visto hasta entonces había pagado las horas domingueras frente a la tele. El Chueco, pensaba yo, aplaudiendo y disfrutando desde las nubes. Se me había acabado el termo pero no daba para salir a la cocina a calentar agua, a aguantarse sin mate una hora más. Y entonces vino lo increíble. Schumy entró por segunda vez en boxes, inevitable, Alonso ya lo había hecho. Si Schumy salía antes que Alonso pasara por allí, carrera terminada y a calentar la pava y seguir tomando mate, porque a Schumy en punta, no lo agarra ni el Pampero. Pero Alonso pasó centésimas antes y el alemán iba segundo. El germano puso todo, su heptacampeonato, su garra de campeón. El mundo del deporte no sabía pronunciar más que "penta" y esto para Fangio, la selección brasileña e Indurain, hasta que llegaron las bestias de Lance Amstrong y Schumacher para los cuales hubo que inventar el "sexta" e inclusive el "hepta" para Schumacher, término que quizás use también Amstrong en julio, cuando corra su último Tour de France.
Schumacher lo quiso pasar en todas y cada una de las curvas del circuito y en todas y cada una de las doce vueltas. El español, que Alonso es de allí, asturiano para más detalle, aguantaba. Hay que darse cuenta lo que es tener en el espejo retrovisor al auto más rápido del mundo, manejado por el mejor piloto de todos los tiempos, una cosa roja por todas partes que parece salida del mismísimo infierno. Salvo Alonso, cualquier otro chofer se mojaba en los pantalones y cedía el paso. El ibérico seguía aguantando el acoso, la toreada, para usar un término peninsular. El germano no entregaba la toalla, que es lo que distingue a un campeón, no el hecho de ganar siempre, pues perder es parte del juego. Lo que no hace un campeón es entregarse. Schumacher mostró el domingo por qué es quien es y la clase de madera de la que está hecho. Y Alonso mostró que tiene cojones y futuro. Cortaban todas las curvas, pisaban todos los pianos, terminó ganando Alonso por dos centésimas y nosotros contentos del espectáculo vivido. Ganó Alonso pero no perdió Schumacher. Mientras los pilotos se mojaban unos a otros con champaña, los autos descansaban en hangares, como exhaustos caballos que esperan agua atados al palenque.
Para disfrutar de una carrera de autos, no se precisa ser tuerca, aunque sin duda eso ayuda y aporta. Se precisa ser corredor. De cualquier cosa, correr en andariveles de una pileta, sobre la montura de un caballo o con zapatillas como yo. Saber lo que es competir, reconocer el zumbido del viento en el pecho, haber ganado y haber perdido. Darse cuenta que la mística se toca, se logra pero no se compra. Se gana, se suda, se consigue con entrenamiento y dedicación.
El rey no ha muerto, porque el rojo tiene para esta y otra temporada más por lo menos, pero que viva el futuro rey, pues eso parece ser Alonso.
Presenciamos un duelo de titanes en el que un jovencito audaz se animó a desafiar al prócer. Una batalla épica tuvo lugar en la patria de Ferrari. Ahora el mundo pone los ojos en Barcelona, ahora la F1 recuperó el brillo que había perdido.
Y si a Ud. no le gustan las carreras ni los autos ¿Qué hace leyendo estas líneas? ¿Por qué no se compra un libro de cocina?

Zizou


(Francia derrota a Brasil y lo elimina de la copa del mundo de Alemania, julio de 2006)

Épica jornada la del sábado. Empezó con el ingreso en la historia de Ricardo, el arquero portugués, que una vez más, como había hecho en la Eurocopa, se atajó todo. De cuatro penales, tapó tres y medio (digo y medio porque en el que le hicieron alcanzó a tocarla). Y habitualmente decimos que un arquero ataja un penal cuando el delantero manda el remate afuera o al palo. Es cierto en un lenguaje extensivo, porque el gol al arquero no se lo hicieron, pero no la tapó con las manos o el cuerpo. Lo que ocurre en esos casos es que el delantero erró y nada más. No fue el caso. Los tres que se atajó Enrique iban adentro y fuertes. Descuento que muy pronto habrá plaza, avenida y estadio de fútbol en Lisboa con su nombre.
Y luego el partido esperado del día, Brasil contra Francia. Que conste en actas que, a diferencia de lo que para mi pesar hacen muchos argentinos, yo no disfruto de la derrota brasileña. Me unen demasiados afectos a los brasileños y hasta al suelo y la tierra de ese país que tanto he viajado y andado como para ello. Ni siquiera disfrutaría de una derrota brasileña ante nosotros. Sí, claro, disfrutaría de nuestro triunfo que es algo diferente. Ayer disfruté y mucho de la victoria francesa. Porque le haba prometido a Bárbara "hinchar" por Francia como ella lo había hecho por Argentina en el partido que perdimos con Alemania.
Y porque, como Borges que dijo una vez "un caballero solo puede apoyar causas perdidas", yo estoy siempre con los chicos, los que entran de punto y no de banca, como fueron tanto Portugal como Francia el sábado. Porque adoro el fútbol de Zidane, de quien Victor Hugo -el mejor relator de fútbol de todos los tiempos y de todas las latitudes- dijo "los grandes futbolistas juegan maravillosamente bien con la pelota. Zidane lo hace también con la cabeza" Organiza, lleva marcas, lidera, saca su varita de mago y crea. Y acrecienta mi simpatía por el equipo francés el hecho de que este lleno de veteranos. Muchos nos dan a los deportistas veteranos por desubicados, piensan que deberíamos retirarnos, hacer otra cosa. Nunca olvidaré la frase de una de mis hermanas que una vez me espetó "¿Nunca pensaste en dedicarte a algo más propio de tu edad?". Se refería a mis maratones, claro.
Zidane le mostró al mundo lo que un grupo de veteranos de elite puede conseguir. Hay una media docena de jugadores de más de treinta años. Parecen el equipo "Dedalos" de aquella película en que Clean Eastwood y otros tres cincuentones salvan a la Nasa de un bochorno.
El gran Zizou estuvo a punto de irse del mundial expulsado en un partido, sin poder jugar el que podía haber sido el último de Francia en Alemania, por la puerta chica, en resumen. Hubiera sido increíblemente injusto y felizmente no fue. Sea cual sea el resultado con Portugal y eventualmente la final, Zizou ya se retira a la altura de su notable carrera. La pelota que le dejó a Henry viendo que podía entrar solo hasta ella da muestra de la vigencia de su cabeza. La forma en que corrió todo el partido, de la de su cuerpo. Francia es ya el único país en la historia en haber echado tres veces a Brasil de un mundial.
Dos batallas mas, viejo guerrero, solo dos e ingresarás a lo mas profundo del imaginario colectivo francés, allí donde el alma gala solo ha permitido entrar a Jeanne D´Arc y a Bonaparte. Dos batallas más y tendrás tu propio Austerlitz, sin Waterloo posible debido al retiro ya anunciado. Y apenas cinco días antes de la fiesta nacional francesa.
Dos batallas mas y si hay justicia en el Hexágono, y no dudo que la habrá, el día Dios quiera que lejano en que entres en la inmortalidad, tu osamenta descansará junto a Curie, Moulin, Hugo, Malraux, Dumas y otro pequeño puñado de selectos e inolvidables compatriotas tuyos, en aquel edificio del Barrio Latino que no por azar dice en su frente "aux grands hommes, la patrie reconnaissante" donde solo tienen derecho a descansar los mejores hijos de Francia.

A la memoria de Eric Aubijoux


Hasta que su nombre golpeó con universal dolor las páginas de todos los suplementos deportivos del mundo, yo al menos, no tenía idea de quien era. Un motonetista lo bastante serio como para participar del rally París- Dakar, que se sigue llamando así aunque ya no comienza en París.
Recuerdo que hace uno o dos años, algún transnochado eurodiputado quiso prohibirlo porque lo consideraba peligroso, dado que, es cierto, de tanto en tanto muere alguien, participante o hasta espectador. A lo único que yo le reconozco derecho al diputado es a exigir que los seguros, traslados de cuerpos, atención médica o funeraria no recaigan sobre el contribuyente europeo. En lo demás, si el rally le parece peligroso, no vaya y Ud. estará seguro, Sr. diputado. Con semejante lógica mañana nos prohibirán subir montañas y pasado correr maratones pues ambos deportes tienen su cuota de fallecimientos asociada.
Eric Aubijoux era francés, comerciante y como no podía ser de otra manera para quien amaba su deporte, tenía una tienda de motos. Cuando la cerraba se iba a hacer adivine qué, sí claro, andar en moto. Murió ayer de un infarto cardíaco, montado arriba de su moto cuando estaba por terminar la penúltima etapa del famoso rally galo-africano. Alcanzó a parar la moto, yo entiendo esto como una gentileza de Dios que no quiso cayera al piso como una bolsa de patatas, y sobre el volante con el que seguramente había recorrido toda Francia y media Europa, apoyó el torso y exhaló el último suspiro. Era su sexta participación en esta competencia y como sabía de mecánica, por el negocio que tenía, era de los pocos que no tenía soporte mecánico, él mismo se hacía las reparaciones.
Hace apenas dos semanas murió a los 40 años de edad, Marc Witkes, un serio corredor aficionado, maratonista y ultramaratonista, entre otras cosas había completado tres ironmans, en la maratón de Tucson, Arizona, también de un sincope como Eric y haciendo lo que amaba, en su caso correr. Me recuerda el caso de Mozart Catao, el famoso montañista brasileño muerto en la ladera sur del Aconcagua hace unos ocho años, sepultado bajo las toneladas de nieve que Dios y una avalancha decidieron ponerle encima como tumba y única lápida.
Lo que sigue lo escribió alguien sobre Marc Witkes
“I didn't know Marc Witkes. But because he was a runner, I can tell you a little about him. His untimely death is truly sad. The only consolation we have is that he was doing something he truly loved. Most non-runners can't understand a runner's love of running. I suspect that Marc felt the way most of us feel while running, completely vital and alive with sweat dripping from us and our chests heaving. Too many Americans will sit, cultivate their grossly expanding waistlines, and never have a clue of what it's all about. They'll read about his passing and rationalize their complacent and inactive lifestyles. Their mantra is "If it's difficult or requires effort, let's avoid it." The mantra of many runners, including Marc, is "If it's difficult and challenging, let's bring it on." I count myself fortunate to have embraced and been embraced by running. This common bond connects all of us as runners. As I runner, I'll especially mourn Marc's passing.”
(“Yo no conocí a Marc Witkes. Pero como él era corredor, puedo decirle alguna cosa sobre él. Su muerte es algo que nos entristece a todos. El único consuelo que tenemos es que lo encontró haciendo lo que realmente amaba. La mayoría de los no corredores no pueden entender el amor de un corredor por su deporte. Yo presiento que Marc sentía lo mismo que casi todos nosotros cuando corría, se sentía completamente vital y exultante, con el sudor corriendo por nuestros cuerpos y nuestros corazones palpitando con vigor. Muchas personas se sientan frente al televisor mientras dejan crecer sus abdómenes y jamás entenderán de qué hablo. Leerán sobre esta muerte y encontrarán en la trágica noticia, soporte para su sedentario y complaciente estilo de vida. Su mantra es: “Si es difícil o requiere mucho esfuerzo, evitémoslo”. Yo me considero afortunado por haber abrazado el deporte de la carrera a pie y haber sido abrazado por él. Este vínculo común nos une a todos los corredores del mundo. Como corredor, lamento profundamente la partida de Marc”)
(La traducción es mía y libre)
Nadie pretende que ninguna línea escrita por ninguno de nosotros le sirva de consuelo a la viuda de Eric, que contaba con apenas 42 años cuando falleció. Pero francamente, morir haciendo lo que uno ama es un destino que ya desearía yo y todo aquel que ama el deporte que practica. A la final, de algo nos vamos a morir todos y si yo tengo que elegir, que sea como Marc o Mozart o Eric. En una línea de llegada o en una grieta de alguna montaña, con las zapatillas o las botas de montaña bien puestas.
Su sitio en Internet era y es http://www.eric-aubijoux.vip7.com/ donde Ud, puede dejar un mensaje o bajar fotos.
Yo puedo adivinar lo que Eric estará haciendo allá entre las nubes: armándole una moto a San Pedro y discutiendo de fierros con el Chueco.
A bientôt Eric.

Carlos Soria: De mayor quiero ser alpinista

La frase pertenece a Carlos Soria, español que el pasado 28 de julio de 2004, a los 65 años de edad se convirtió en el montañista más veterano a hacer cumbre en el K2. Si Ud. cree que la frase está cargada de ironía se equivoca. Está cargada de humildad. La ironía es virtud o defecto borgeano, propio de intelectuales y gente con fluído manejo de la palabra. No es el caso de la mayoría de los grandes montañistas, que son más bien parcos y no aprecian la verborragia.
Soria nació el año en que terminaba la Guerra Civil. La Gran Guerra como la llaman dentro de España, término que fuera de ella sólo podría aplicarse a la Segunda Guerra Mundial. Apenas consiguió terminar la primaria y en su casa no había agua corriente. Cargando cubos de agua con sus hermanos desarrolló la fuerza en los brazos que aún conserva. Si bien es un muy serio aficionado, nunca fue montañista profesional. Es jubilado, abuelo y fue tapicero toda su vida. Sus nietos viven en Londres y cuando van a visitarlo a España, no ven a un viejito en un mecedor, como muchos nietos, sino a un hombre fornido con la sala de estar llena de sogas y ollas y mochilas y comidas desecadas, viniendo de una gran montaña o yendo hacia una.
Para hacerse una idea del logro alcanzado por Soria, hay que saber que K2 no es sólo la segunda montaña más alta del planeta, sino de lejos la más difícil. Por cada 10 ascensos exitosos al Everest, hay uno al K2. No son más de 300 personas, si llegan, las que pueden jactarse de haber puesto sus pies en su cumbre. Uno de cada tres que subió, murió al intentarlo. Varios han perdido dedos y sufrido amputaciones. Las dificultades técnicas son mucho mayores que las que presenta el Everest (montaña que también subió Soria, a los 62 años) y el tiempo es mucho más cambiante. Como si nada, uno pasa de estar en un clima razonable a encontrarse en el medio de una tormenta que no permite nada, ni siquiera bajar a la seguridad del campamento. K2 es una pirámide perfecta y eso le agrega misterio. Está totalmente dentro de territorio pakistaní y no es frontera de nada, como sí lo es el Everest (entre Nepal y China). Una película de Hollywood la bautizó "la montaña de la muerte" lo que es muy desafortunado pues las montañas no matan a nadie, más que a los que no están preparados para afrontarlas, o lo hacen sin equipamiento adecuado. Odio la forma con que Hollywood maltrata todos mis mitos.
Cuando se habla de altas montañas asiáticas, la gente piensa que están todas en el Himalaya. No es así, hay tres cordilleras y el K2 está en el Karakorum, cadena diferente del Himalaya. Fue ascendido por primera vez en 1953, por una expedición italiana organizada en forma muy “mussoliniana”, -recordemos que aun regía entre los deportistas peninsulares el influjo de décadas de fascismo-. Tan marcial era todo en esa expedición, que las comunicaciones del jefe de la misma con sus montañistas parecen partes de guerra. Y fue cualquier cosa menos un ejemplo de amistad, pues hubo acusaciones mutuas y hasta juicios por intentos de asesinato que han dado lugar a libros que circulan ampliamente entre montañistas.
Hasta el nombre es raro: “K2”. Es la denominación técnica que le puso algún topógrafo y que “pegó”, duró. Everest también tenía una identificación similar, como todas las demás montañas, pero salvo para K2, las otras, con el tiempo, fueron sustituidas por nombres “coloniales” (Everest es un caso típico) o por nombres “autóctonos” (Denali en Alaska es un caso típico).
Mientras que Everest es terreno factible de ser atacado por aficionados, no digo cualquier aficionado, pero aficionados serios, K2 es territorio exclusivo de “pros” los doscientos y pico que lo han subido, todos son profesionales. Y todos gozan de una excelente condición física.
“No soy joven ni viejo. Soy fuerte” dijo una vez Reinhold Messner, el primer hombre en subir el Everest sin oxígeno, el primero en subirlo en solitario, el primero en subir las 14 cumbres de más de ocho mil metros, el primero en alcanzar dos cimas seguidas en travesa, sin bajar al valle y para muchos, el mejor montañista de todos los tiempos. A nadie le aplica mejor esta frase que a Carlos Soria.
Con este logro, Carlos Soria pasa a integrar mi panteón aventurero, esa Santísima Trinidad quienes hasta ahora integraban Sir Ernest Shackleton, Erik Weihenmayer y Marcos Corti (¿Cuál es el problema?, los Tres Mosqueteros también eran cuatro).
Para quienes no conocen a estos hombres, Sir Ernest (de pie, lector, de pie, no se lee ni pronuncia el nombre de Sir Ernest sentado) resistió dos años en 1914 el frío polar, realizó una de las navegaciones más largas e increíbles de la historia, para terminar liderando hacia la vida a un grupo de 28 hombres que conocieron el infierno. Era inglés y obviamente hoy fallecido. Su increíble odisea está relatada en decenas de libros, de los cuales tengo casi todos, y en un texto de mi autoría titulado “Fortitudine Vincimus” (si, usted ya adivinó, mi lema era el de Shackleton). Hay hasta una logia de “shackletonianos” dando vuelta por el mundo. Yo conocía a uno en una parada de buses en Manhattan. Lo ví leyendo un libro sobre el tema y le confesé mi inclinación. Desde entonces, mantenemos intercambio postal.
Erik Weihenmayer es ciego y subió el Everest. Es norteamericano y vive en Colorado. Marcos Corti es argentino, vive en los EE. UU. perdió una pierna completa y corrió sin ella –y completó- la maratón de Nueva York. Lo aplaudían hasta los policías encargados de custodiar el evento.
Por eso yo le pido que de aquí en más, no prejuzgue sobre los límites de las personas mayores o de los discapacitados. Deje de decir este viejito de mierda o sentir compasión hipócrita por los discapacitados. No precisan nuestra educada pena sino una chance. Quien pone límites es el prejuicio de la gente, no la edad o la discapacidad, como estos casos muestran. A Weihenmayer, cuenta en su biografía, le costaba más vencer los prejuicios de la gente que las montañas del Himalaya. A discapacitados podemos llegar cualquiera de nosotros un día. Y a viejos, probablemente llegaremos todos.
Haga como hago yo luego del kilómetro treinta y pico de una maratón. Cuando ya no puedo más, cuando me digo que carajo estás haciendo acá Berni cuando podrías vacacionar en las playas brasileñas, cuando me siento aflojar y quiero tirar la toalla: convoque al espíritu de estos cuatro hombres, quienes, generosos como son, concurrirán a su lado. Nunca más se diga no puedo más y aquí me quedo, pues usted tiene dos piernas, dos ojos y no tiene, por tanto, derecho al arrugue.
Termino con la respuesta de Carlos Soria a la última pregunta que le hicieron en alguna de las muchas entrevistas que tuvo que dar desde que es célebre:
¿Diría que tener siempre un sueño que cumplir mantiene en forma su cuerpo y su mente?
-Sí, desde luego. Hace falta tener ilusiones, tener sueños que cumplir, querer hacer cosas -las que sean-, pero tener alguna meta. Y estos sueños, cuanto más puros mejor. Que no sean para enriquecerte o materiales, que sean sueños que no valgan para nada prácticamente. Que sean sueños que simplemente te hagan crecer.
Ojalá un día, Carlos, podamos “ir de tapas”. En el mientras tanto, te digo lo que te deben haber dicho cien veces en toda España: Enhorabuena, chaval. Y vamos por los 14 ochomiles.

Ernest Shackleton: Fortitudine Vincimus


Alguno de ustedes me preguntaba el significado de Fortitudine vincimus. La historia es tan interesante que se las cuento colectivamente. Creo que le interesará a todos, pero sin duda apasionará a Jotau, a quien le atraen como a mí estas historias arrancadas de la Historia.
En inglés la traducción es más precisa que en castellano: By endurance we conquer. En castellano podríamos decir: Con coraje y con esfuerzo, venceremos. La diferencia sutil pero importante es que el término endurance en inglés tiene connotaciones que en español asociamos a tres palabras: resistencia, aguante, determinación. Ahora queda claro el significado.
Era el lema de la familia de Sir Ernest Shackleton, un expedicionario británico de principios de siglo. Para contarles la increíble odisea de ES debo ubicarlos en el contexto histórico. Los grandes exploradores de los hielos del sur en ese momento eran el inglés Robert Scott y el noruego Roald Amundsen. Ambos peleaban codo a codo por ser el primero en llegar al polo sur geográfico. Todos o casi todos los demás rincones de la tierra habían sido alcanzados, (salvo el Everest, que esperaría a Hillary hasta 1953) y los exploradores temían perder toda oportunidad de entrar en los libros de historia.
Scott y Amundsen partieron de distintos puntos del continente antártico con rumbo al polo casi simultáneamente (octubre de 1911). Pero mientras que Amundsen era un organizador y técnico nato, Scott era un improvisado. Amundsen entrenó sus perros en Noruega, era experto esquiador y sólo aceptó esquiadores expertos en su equipo. La logística y alimentos, todo bien pensado. Scott no previó ninguna de estas cosas. El resultado lo puede adivinar cualquiera: Amundsen llegó al polo sur (diciembre de 1911) y volvió sin problemas, Scott llegó un mes después –con la terrible decepción de ver, en los últimos kilómetros, las huellas de la expedición de Amundsen, con lo que supo que ya no sería el primero- y él y todo su equipo murieron congelados durante la marcha de retorno, a escasas millas de un refugio con provisiones (existe un fantástico libro que relata la aventura o mejor dicho la desventura de Scott, se llama The worst journey in the world, que yo tengo).
La conquista del polo ya se había alcanzado. Ernest Shackleton tenía sólo una meta posible: ser el primero en atravesar la Antártida de lado a lado. Con ese propósito partió en 1914 -en un barco que obviamente bautizó Endurance-. Justo en ese momento estalla la Primera Guerra Mundial. ES se ve obligado a pedir permiso al real almirantazgo para continuar la expedición, ya que por ley y honor estaba obligado a poner el barco al servicio de la guerra. Obtiene el deseado permiso y parte hacia las Georgias, junto con 27 tripulantes. Shackleton no era un marino experto ni un explorador experiente ni nada. Era un caso típico de un gran líder, conductor de gente, sin conocimiento técnico específico detallado de nada.
El invierno venía muy duro, uno de los peores en años. ES aguardó en la South Georgia -en un puesto ballenero noruego- un mes esperando mejoraran las condiciones climáticas. Esto no ocurrió. Una persona sensata hubiera dejado para el próximo año, pero ES no era una persona sensata y el 5 de diciembre de 1914 decidió levantar anclas pese a todo. Estaba a sólo un día de navegación del continente helado -18 de enero de 1915- cuando su barco quedó encerrado y atascado en una enorme masa de hielo. De ahí en más, no había posibilidad de conducir el barco y navegaría -si se puede hablar de navegar- a la deriva, hacia donde el hielo decidiera llevarlo. Pasaron así nada menos que diez meses, hasta que el 27 de octubre de 1915 el hielo, que abrazaba el Endurance como una boa constrictor, terminó quitándole la respiración y haciéndolo estallar en astillas. Tuvieron que bajar todos al hielo y abandonar el Endurance a su suerte. Pero la nave hizo honor a su nombre. Se resistió durante casi un mes antes de hundirse por completo, lo que ocurrió el 21 de noviembre.
Recordemos que no disponían de teléfono, ni siquiera palomas mensajeras. Sólo llevaban un receptor de radio, pues no habían alcanzado los recursos financieros de la expedición para comprar un transmisor, que les hubiera salvado la vida. ES dio orden de que cada hombre llevara sólo lo imprescindible, pues toda carga adicional dificultaría la marcha sobre hielo. Para dar el ejemplo, arrojó al agua su Biblia y su reloj de oro. Para hacer las cosas aún más increíbles y excepcionales, integraba la tripulación Frank Hurley, un fotógrafo australiano de gran nivel técnico que documentó todos en fotos que hoy felizmente se conservan. Tan arrojado era el fotógrafo, tanta su compenetración con la tarea, su endurance, que casi se queda ciego sacando fotos del barco de noche con reflectores, y para salvar una caja de negativos de vidrio que se encontraba en el barco hundido se arrojó a las heladas aguas de la Antártida. ES, haciendo una excepción lo autorizó a llevar unos 100 negativos (al ser de vidrio pesan bastante), dejando más de 400 de lado. Para evitar que el tozudo fotógrafo se tirara una vez más al agua a salvarlos, los rompió antes de tirarlos.
ES se preocupó mucho de que las fotos se conservasen así como su diario de viaje y el de los otros tripulantes que llevaban diarios. Aunque parezca mentira para la época, pretendía usar todo ese material para vender un libro con las memorias del viaje, tal como se haría hoy en día.
Pasaron cinco meses en el hielo, comiendo focas, pingüinos y las provisiones con las que pensaban atravesar la Antártida, que habían rescatado del naufragio. Sus carpas eran tan delgadas que se veía el sol a través de la tela. Las temperaturas alcanzaban los 35 grados centígrados negativos. Habían conseguido salvar los tres botes salvavidas del Endurance que cargaron a hombro hasta el borde del bloque de hielo. El 9 de abril de 1916 cuando el hielo mostró fisuras, embarcaron en los tres botes hacía la pequeña Elephant Island, al sur de Malvinas y muy cerca de la Antártida. Al menos era tierra firme, pero una de las más inhóspitas del planeta.
El 24 de abril de 1916, Shackleton decidió salir con cinco hombres en uno de los botes salvavidas –el James Caird, que al día de hoy se conserva- rumbo a las Georgias (más específicamente, a la South Georgia), ya que era obvio que nadie iría a rescatarlos. El Cabo de Hornos estaba más cerca, pero las corrientes lo hacían inviable. Hasta las Georgias desde Elephant Island son 1200 kilómetros y la navegación es considerada entre las más increíbles y arrojadas de toda la historia marítima, esto dicho por experientes lobos de mar de ayer y de hoy. Sólo tenían un compás y un sextante, instrumento difícil de usar en aguas calmas, y casi imposible en un mar con olas de 12 metros dentro de un bote de siete metros de eslora. Felizmente, el capitán de ES era experto navegante. De haber errado dos o tres kilómetros el destino final, pasaban de largo y se encontrarían frente a miles de kilómetros de océano, hasta África. Frank Worsley, que así se llamaba el capitán, sólo consiguió tomar cuatro medidas de posición en todo el viaje, pero le alcanzó para llevar el bote a las Georgias. Cuando ya tenían la costa a la vista, los castigó un temporal de nueve horas de duración. Luego, en la isla, se enterarían que ese temporal mandó al fondo del mar con toda su tripulación, a un vapor de 500 toneladas.
Cuando llegaron a la isla, tenían dos opciones. Intentar desembarcar en el extremo este, donde se encontraba el pueblo ballenero noruego con el gran riesgo de que las corrientes no los dejaran aproximarse, y en ese caso la próxima parada era África del Sur, o desembarcar en el extremo este y cruzar la isla a pie. Optaron por esto último.
Shackleton dejó allí tres hombres y con otros dos atravesó la isla. La South Georgia tiene una cordillera cuya travesía daría en sí misma para un libro de aventuras dedicado sólo a ella. Nadie la había atravesado nunca antes, no existían mapas y aunque los hubiera habido, ellos no los tenían. Claro que en la vida de Shackleton era sólo un obstáculo más. Fueron treinta y seis horas de caminata sin parar ni dormir –incluyendo, obviamente, una noche entera- por montañas de más de tres mil metros, heladas, sin sobre de dormir, sin mochila, sin botas adecuadas ni grampones –los sustituyeron por tornillos sacados del bote salvavidas que colocaron en la suela de las botas-. Llegaron al pueblo ballenero, y con ayuda de los noruegos rescataron a los que estaban en la otra punta de la isla. No habían transcurrido más que tres días desde su arribo al pueblo ballenero cuando con el auxilio de un barco inglés, salieron a rescatar a los que habían quedado en Elephant Island. No pudieron aproximarse a la isla porque el mar estaba congelado y debieron dirigirse a Malvinas. Volvieron a intentarlo con un barco uruguayo, sin éxito. Hubo otro intento frustrado con un barco ofrecido por el gobierno chileno. Siempre el hielo impedía el acercamiento a la isla. Ya casi no era posible conseguir más barcos para intentarlo, el Almirantazgo inglés estaba ocupado con la guerra y se hacía el desentendido a los pedidos de ayuda. Pero el cuarto esfuerzo, con un barco alquilado en Punta Arenas, dio el tan esperado resultado.
Que Shackleton era un hombre de una idea fija –salvar a sus hombres – y pocas palabras lo prueba el breve mensaje que dirigió a su esposa inmediatamente después de rescatar al grupo, desde Punta Arenas: I have done it. Damn the Almiralty... Not a life lost and we have been through hell. (Lo logré. Al carajo con el Almirantazgo...Ni una vida perdida y pasamos por el mismo infierno).
El destino de los hombres del Endurance fue variado. Algunos murieron olvidados y otros recogieron honor y medallas en las trincheras de Europa. Algunos no pudieron volver a una vida normal, como fue el caso de Frank Worsley, el hábil navegante. Años después, casi vuelve a encallar un barco en el hielo antártico. La situación era tan simple para un marino de su experiencia que no se explica por un error: Worsley quiso volver a repetir la odisea del Endurance porque ya no conseguía vivir sin aventura. El más longevo llegó a ver a Amstrong pisar la Luna, aunque parezcan dos aventuras separadas por milenios.
En Inglaterra Shackleton fue recibido con relativos honores, ya que corría el año 1916, plena guerra mundial y no parecía adecuado homenajear a alguien que no había combatido y además había sobrevivido. Eran tiempos en que héroes eran los muertos en las trincheras del continente europeo. Sólo la historia, décadas después, le hizo justicia a la odisea. Shackleton, fue nombrado Sir –caballero del Imperio Británico- por el rey y en 1920, no pudiendo con la nostalgia, volvió a la South Georgia. Recorrió en un barco los lugares donde había vivido su fantástica aventura años atrás. La emoción fue demasiada para su corazón cansado y murió de un infarto en las mismísimas Georgias. Su mujer, informada por radio, pidió lo enterraran allí, donde al día de hoy descansa en paz.
Una de esas historias que conmoverán eternamente mi corazón aventurero.