Carlos Soria: De mayor quiero ser alpinista

La frase pertenece a Carlos Soria, español que el pasado 28 de julio de 2004, a los 65 años de edad se convirtió en el montañista más veterano a hacer cumbre en el K2. Si Ud. cree que la frase está cargada de ironía se equivoca. Está cargada de humildad. La ironía es virtud o defecto borgeano, propio de intelectuales y gente con fluído manejo de la palabra. No es el caso de la mayoría de los grandes montañistas, que son más bien parcos y no aprecian la verborragia.
Soria nació el año en que terminaba la Guerra Civil. La Gran Guerra como la llaman dentro de España, término que fuera de ella sólo podría aplicarse a la Segunda Guerra Mundial. Apenas consiguió terminar la primaria y en su casa no había agua corriente. Cargando cubos de agua con sus hermanos desarrolló la fuerza en los brazos que aún conserva. Si bien es un muy serio aficionado, nunca fue montañista profesional. Es jubilado, abuelo y fue tapicero toda su vida. Sus nietos viven en Londres y cuando van a visitarlo a España, no ven a un viejito en un mecedor, como muchos nietos, sino a un hombre fornido con la sala de estar llena de sogas y ollas y mochilas y comidas desecadas, viniendo de una gran montaña o yendo hacia una.
Para hacerse una idea del logro alcanzado por Soria, hay que saber que K2 no es sólo la segunda montaña más alta del planeta, sino de lejos la más difícil. Por cada 10 ascensos exitosos al Everest, hay uno al K2. No son más de 300 personas, si llegan, las que pueden jactarse de haber puesto sus pies en su cumbre. Uno de cada tres que subió, murió al intentarlo. Varios han perdido dedos y sufrido amputaciones. Las dificultades técnicas son mucho mayores que las que presenta el Everest (montaña que también subió Soria, a los 62 años) y el tiempo es mucho más cambiante. Como si nada, uno pasa de estar en un clima razonable a encontrarse en el medio de una tormenta que no permite nada, ni siquiera bajar a la seguridad del campamento. K2 es una pirámide perfecta y eso le agrega misterio. Está totalmente dentro de territorio pakistaní y no es frontera de nada, como sí lo es el Everest (entre Nepal y China). Una película de Hollywood la bautizó "la montaña de la muerte" lo que es muy desafortunado pues las montañas no matan a nadie, más que a los que no están preparados para afrontarlas, o lo hacen sin equipamiento adecuado. Odio la forma con que Hollywood maltrata todos mis mitos.
Cuando se habla de altas montañas asiáticas, la gente piensa que están todas en el Himalaya. No es así, hay tres cordilleras y el K2 está en el Karakorum, cadena diferente del Himalaya. Fue ascendido por primera vez en 1953, por una expedición italiana organizada en forma muy “mussoliniana”, -recordemos que aun regía entre los deportistas peninsulares el influjo de décadas de fascismo-. Tan marcial era todo en esa expedición, que las comunicaciones del jefe de la misma con sus montañistas parecen partes de guerra. Y fue cualquier cosa menos un ejemplo de amistad, pues hubo acusaciones mutuas y hasta juicios por intentos de asesinato que han dado lugar a libros que circulan ampliamente entre montañistas.
Hasta el nombre es raro: “K2”. Es la denominación técnica que le puso algún topógrafo y que “pegó”, duró. Everest también tenía una identificación similar, como todas las demás montañas, pero salvo para K2, las otras, con el tiempo, fueron sustituidas por nombres “coloniales” (Everest es un caso típico) o por nombres “autóctonos” (Denali en Alaska es un caso típico).
Mientras que Everest es terreno factible de ser atacado por aficionados, no digo cualquier aficionado, pero aficionados serios, K2 es territorio exclusivo de “pros” los doscientos y pico que lo han subido, todos son profesionales. Y todos gozan de una excelente condición física.
“No soy joven ni viejo. Soy fuerte” dijo una vez Reinhold Messner, el primer hombre en subir el Everest sin oxígeno, el primero en subirlo en solitario, el primero en subir las 14 cumbres de más de ocho mil metros, el primero en alcanzar dos cimas seguidas en travesa, sin bajar al valle y para muchos, el mejor montañista de todos los tiempos. A nadie le aplica mejor esta frase que a Carlos Soria.
Con este logro, Carlos Soria pasa a integrar mi panteón aventurero, esa Santísima Trinidad quienes hasta ahora integraban Sir Ernest Shackleton, Erik Weihenmayer y Marcos Corti (¿Cuál es el problema?, los Tres Mosqueteros también eran cuatro).
Para quienes no conocen a estos hombres, Sir Ernest (de pie, lector, de pie, no se lee ni pronuncia el nombre de Sir Ernest sentado) resistió dos años en 1914 el frío polar, realizó una de las navegaciones más largas e increíbles de la historia, para terminar liderando hacia la vida a un grupo de 28 hombres que conocieron el infierno. Era inglés y obviamente hoy fallecido. Su increíble odisea está relatada en decenas de libros, de los cuales tengo casi todos, y en un texto de mi autoría titulado “Fortitudine Vincimus” (si, usted ya adivinó, mi lema era el de Shackleton). Hay hasta una logia de “shackletonianos” dando vuelta por el mundo. Yo conocía a uno en una parada de buses en Manhattan. Lo ví leyendo un libro sobre el tema y le confesé mi inclinación. Desde entonces, mantenemos intercambio postal.
Erik Weihenmayer es ciego y subió el Everest. Es norteamericano y vive en Colorado. Marcos Corti es argentino, vive en los EE. UU. perdió una pierna completa y corrió sin ella –y completó- la maratón de Nueva York. Lo aplaudían hasta los policías encargados de custodiar el evento.
Por eso yo le pido que de aquí en más, no prejuzgue sobre los límites de las personas mayores o de los discapacitados. Deje de decir este viejito de mierda o sentir compasión hipócrita por los discapacitados. No precisan nuestra educada pena sino una chance. Quien pone límites es el prejuicio de la gente, no la edad o la discapacidad, como estos casos muestran. A Weihenmayer, cuenta en su biografía, le costaba más vencer los prejuicios de la gente que las montañas del Himalaya. A discapacitados podemos llegar cualquiera de nosotros un día. Y a viejos, probablemente llegaremos todos.
Haga como hago yo luego del kilómetro treinta y pico de una maratón. Cuando ya no puedo más, cuando me digo que carajo estás haciendo acá Berni cuando podrías vacacionar en las playas brasileñas, cuando me siento aflojar y quiero tirar la toalla: convoque al espíritu de estos cuatro hombres, quienes, generosos como son, concurrirán a su lado. Nunca más se diga no puedo más y aquí me quedo, pues usted tiene dos piernas, dos ojos y no tiene, por tanto, derecho al arrugue.
Termino con la respuesta de Carlos Soria a la última pregunta que le hicieron en alguna de las muchas entrevistas que tuvo que dar desde que es célebre:
¿Diría que tener siempre un sueño que cumplir mantiene en forma su cuerpo y su mente?
-Sí, desde luego. Hace falta tener ilusiones, tener sueños que cumplir, querer hacer cosas -las que sean-, pero tener alguna meta. Y estos sueños, cuanto más puros mejor. Que no sean para enriquecerte o materiales, que sean sueños que no valgan para nada prácticamente. Que sean sueños que simplemente te hagan crecer.
Ojalá un día, Carlos, podamos “ir de tapas”. En el mientras tanto, te digo lo que te deben haber dicho cien veces en toda España: Enhorabuena, chaval. Y vamos por los 14 ochomiles.

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