Como un cielo de verano, como el trueno de un tambor. Homenaje a la selección uruguaya de fútbol 2010


No es sólo que esta selección uruguaya sea la representación deportiva del país de uno. Es más que eso, es que ES uno. Una gran cantidad de uruguayos vivimos en Australia, Canadá, Buenos Aires, Francia, Suecia. A ninguno nos ha sido fácil. La última vez que ganamos algo fue hace cuarenta años en México cuando Espárrago metió un gol no de cabeza sino más bien de nariz, a la entonces URSS.  Luego nada.  Fueron décadas de ver festejar a los otros, de buscar trabajo sin ayuda. De oír a los abuelos hablar de un Maracaná que no vivimos. De ser mozos en casinos europeos, albañiles en Austin, refugiados en Gotemburgo, obreros en Toulouse. De perder uno a seis con Dinamarca en México 86, de no ganarle a nadie. De ver ganar a Alemania, a Argentina, a Brasil, a otros. De ver a otros progresar y uno seguir remando. Vaya a explicarle esto a alguien que no lo haya vivido. A alguien que no sea uruguayo e inmigrante. Siempre la ñata contra el vidrio, siempre de afuera, siempre los mozos del coctel, eso fuimos nosotros, los uruguayos. La selección no es por tanto solamente el equipo del país en que nacimos, es una metáfora de la vida de muchos de nosotros. Nada le salió fácil y todas las tuvo que pelear sin ayuda de nadie, de cero, de abajo. Inmigrante sin contactos, peleador solitario. Selección con fama de patadura que siempre iba no a jugar sino a dar patadas. Todo eso fuimos los uruguayos mucho tiempo, demasiado.
Pero un día todo tenía que cambiar, un día se nos tenía que dar. Poder volver, de la mano de Tabárez, Muslera, Forlán, Fucile, Suárez y Victorino a ser alguien en el mapa. Una estrella en el firmamento. A festejar con los amigos locales de uno que festejan un triunfo Celeste como propio. A tocar la pelota con la mano pero no como falta sino como último recurso, lo que es totalmente diferente. A trabajar más duro que nadie para poder salir de la fábrica a un conchabo más acorde con lo que somos o fuimos o supimos conseguir.
A muchos de nosotros nos tiene sin cuidado quien gane la elecciones en ningún país del mundo pues nada de eso cambiará nuestras vidas. Sabemos que siempre todo dependerá de nuestro esfuerzo y de nada más. Porque somos inmigrante y esta es la ley básica que uno aprende cuando se toma el buque, no esperar nada de nadie ni de gobierno alguno. Pero sí nos cambia la vida un triunfo deportivo, épico, contra un juez que hizo todo lo posible para que el continente anfitrión siguiera en carrera, como ocurrió contra Gana. O dos muestras maravillosas de entrega e hidalguía como fueron los partidos contra Holanda y Alemania. Porque siempre hemos tenido todo en contra y no hubiéramos querido que hoy fuera diferente. Porque, jorobar, nos lo merecíamos. Porque teníamos derecho a una alegría tan largamente postergada.
Me he preguntado que hubiera pasado si Uruguay le ganaba a Holanda y luego a España. Sí, ya sé, seríamos campeones del mundo, primeros en el ranking de la FIFA, etc. Todo eso lo sé. Pero me preguntaba si yo sentiría lo mismo por la selección en ese caso. Y creo que la respuesta es que la quiero más así, porque amo el honor de los derrotados que murieron peleando, porque creo sinceramente que de lo que más debemos enorgullecernos respecto de este equipo es en que le ha enseñado al mundo como pierden los grandes: sin quejarse al juez, sin armar trifulcas en la cancha, sin peleas ni histerias ni patadas y al mismo tiempo sin entregarse o tirar la toalla, sin darse por derrotado antes de tiempo. Peleando cada pelota hasta el final. Saliendo a marcar al arquero contrario por si se equivoca aunque esto tiene una posibilidad en un millón en el fútbol profesional de hoy. Yendo a tomar el espacio que deja el compañero que sube. Así hasta el minuto 90 y más si hay descuentos.

Todos los equipos y selecciones del mundo saben ganar. Eso es fácil cuando a uno le toca. Pero no todas saben perder. Mírelo a Maradona rehuyendo saludar a su par alemán, mírelo al DT holandés sacándose la medalla apenas había descendido de recibirla con lo que mostró que además de mal perdedor es mal educado, mire al equipo alemán yéndose cada uno para su casa al llegar a Frankfurt y dejar a los aficionados que habían ido al aeropuerto sin recompensa alguna, ni una foto ni un autógrafo.
Es para perder como caballeros y como guerreros que se precisa don de gentes, calidad, caballerosidad, hidalguía. Pierre de Coubertin, el fundador de las Olimpíadas modernas, que de deporte sabía lo que pocos, dijo “L'important dans la vie, ce n'est point le triomphe mais le combat. L'essentiel n'est pas d'avoir vaincu, mais de s'être bien battu”. ("Lo importante en la vida no es el triunfo sino el combate. Lo esencial no es haber ganado, mais de s'être bien battu")
Y escribo el final de la cita sin traducirla porque no creo que haya expresión en castellano que refleje fielmente toda la carga que tiene en el original: Algunas posibilidades van por el lado de "sino haber entregado todo", "sino haberse batido hasta el final" pero también dice que es haber ganado honestamente, haberse batido según las reglas.
Esas tres cosas y muchas más hizo la selección de Tabárez. Su sola existencia fue un viento fresco y al mismo tiempo cálido en el fútbol del mundo. Que además, quien dio cátedra y mostró que el fútbol Nike no ha terminado con todo haya sido un grupo de compatriotas nuestros, claro que agranda la  emoción.

Por eso yo prefiero que las cosas hayan sido como fueron. Porque yo amo el amor de los marineros, idolatro la gloria de los peleadores y creo, como Alfonso Quijano, en los libros de caballería, en los duelos medievales, en héroes y heroínas.

Yo nunca cometeré la blasfemia de minimizar a la selección del 50. Pero que quiere que le diga, esta de hoy está mucho más cerca de mí, de mi tiempo y de mi corazón.

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