Imola


(Abril de 2005)
En la última carrera de Formula I el que iba primero faltando doce vueltas terminó ganando, y el que iba segundo en ese momento también mantuvo su posición.
Así puesto, parece que asistimos a una de las más aburridas carreras en mucho tiempo. Prueba de lo que puede hacer una manera de relatar, de como es posible dar vuelta los hechos. Porque fue totalmente al revés, asistimos a una de las competencias automovilísticas más emocionantes de los últimos diez años por lo menos. De los tiempos de Senna y Prost que no se veía algo así. Y mejor, diría yo, porque esto fue totalmente limpio, no como aquello del paulista al francés que hizo historia del bochorno en el deporte, como la mano de Dios de Diego.
Schumy salió en séptima fila, posición décimocuarta, por un error en la clasificación, en la que se comió una curva. Un horror, pues delante tenía la "calle" llena de un pelotón de pilotos más lentos a los que resulta imposible superar. Imposible para todos menos para Schumy, claro. Usando hábilmente una carga superior de gasolina, consiguió permanecer corriendo mientras la gilada iba a boxes. Esto lo retrasó al principio, pero ese retraso no contó pues él corre más rápido que nadie y compensa. Entonces corrió como sólo lo hacen los grandes, desplazando su Ferrari por la pista a una velocidad que pocas veces antes se había visto en Imola o en cualquier parte. Pasó de estar a más de 30 segundos de Alonso, el puntero, a "tocarle" el paragolpe trasero (una metáfora, porque esos autos no tienen)
Lo que habíamos visto hasta entonces había pagado las horas domingueras frente a la tele. El Chueco, pensaba yo, aplaudiendo y disfrutando desde las nubes. Se me había acabado el termo pero no daba para salir a la cocina a calentar agua, a aguantarse sin mate una hora más. Y entonces vino lo increíble. Schumy entró por segunda vez en boxes, inevitable, Alonso ya lo había hecho. Si Schumy salía antes que Alonso pasara por allí, carrera terminada y a calentar la pava y seguir tomando mate, porque a Schumy en punta, no lo agarra ni el Pampero. Pero Alonso pasó centésimas antes y el alemán iba segundo. El germano puso todo, su heptacampeonato, su garra de campeón. El mundo del deporte no sabía pronunciar más que "penta" y esto para Fangio, la selección brasileña e Indurain, hasta que llegaron las bestias de Lance Amstrong y Schumacher para los cuales hubo que inventar el "sexta" e inclusive el "hepta" para Schumacher, término que quizás use también Amstrong en julio, cuando corra su último Tour de France.
Schumacher lo quiso pasar en todas y cada una de las curvas del circuito y en todas y cada una de las doce vueltas. El español, que Alonso es de allí, asturiano para más detalle, aguantaba. Hay que darse cuenta lo que es tener en el espejo retrovisor al auto más rápido del mundo, manejado por el mejor piloto de todos los tiempos, una cosa roja por todas partes que parece salida del mismísimo infierno. Salvo Alonso, cualquier otro chofer se mojaba en los pantalones y cedía el paso. El ibérico seguía aguantando el acoso, la toreada, para usar un término peninsular. El germano no entregaba la toalla, que es lo que distingue a un campeón, no el hecho de ganar siempre, pues perder es parte del juego. Lo que no hace un campeón es entregarse. Schumacher mostró el domingo por qué es quien es y la clase de madera de la que está hecho. Y Alonso mostró que tiene cojones y futuro. Cortaban todas las curvas, pisaban todos los pianos, terminó ganando Alonso por dos centésimas y nosotros contentos del espectáculo vivido. Ganó Alonso pero no perdió Schumacher. Mientras los pilotos se mojaban unos a otros con champaña, los autos descansaban en hangares, como exhaustos caballos que esperan agua atados al palenque.
Para disfrutar de una carrera de autos, no se precisa ser tuerca, aunque sin duda eso ayuda y aporta. Se precisa ser corredor. De cualquier cosa, correr en andariveles de una pileta, sobre la montura de un caballo o con zapatillas como yo. Saber lo que es competir, reconocer el zumbido del viento en el pecho, haber ganado y haber perdido. Darse cuenta que la mística se toca, se logra pero no se compra. Se gana, se suda, se consigue con entrenamiento y dedicación.
El rey no ha muerto, porque el rojo tiene para esta y otra temporada más por lo menos, pero que viva el futuro rey, pues eso parece ser Alonso.
Presenciamos un duelo de titanes en el que un jovencito audaz se animó a desafiar al prócer. Una batalla épica tuvo lugar en la patria de Ferrari. Ahora el mundo pone los ojos en Barcelona, ahora la F1 recuperó el brillo que había perdido.
Y si a Ud. no le gustan las carreras ni los autos ¿Qué hace leyendo estas líneas? ¿Por qué no se compra un libro de cocina?

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