Lance Armstrong: no habrá ninguno igual, no habrá ninguno

Acaba de terminar una de las ediciones más memorables del Tour de France. Recordaremos la edición 2005 como aquella en que Lance Armstrong se convirtió en el único hombre en la historia en ganarlo por séptima vez (y en ganarlo seis veces, for what that matters). El que más veces vistió el maillot jaune, la casaca o remera amarilla que obligatoria –y orgullosamente- debe portar quien va primero en la clasificación general. El único en ganar su último Tour antes de retirarse.
Y téngase en cuenta que la organización hizo todo lo que pudo por ponerle obstáculos. Jean Marie Leblanc, director del Tour de France, primero acortó y luego redujo la cantidad de pruebas contrarreloj, tipo de competencia en que Lance es particularmente superior a todos, de modo de dar más chance a los demás contendientes disminuyendo las de Armstrong. Nothing personal, nada contra Lance, es sólo que el trabajo de Leblanc es mantener el interés de la afición en el Tour y la hegemonía de Armstrong amenazaba con acabarlo, como hizo parcialmente la de Schumy en la Fórmula I. Pero Armstrong hizo su trabajo mejor que Leblanc el suyo, y nada de esto alcanzó para pararlo.
Sugiero a todos que lean el reglamento del Tour de France en Internet, no es largo ni complejo. Por eso el Tour para mí se parece al ajedrez, porque con un conjunto de reglas básicas simples, permite un juego de estrategia casi infinita. En mi humilde opinión, bien más compleja que el fútbol, por ejemplo. Me preguntaba ayer mientras delineaba en mi cabeza las ideas que pondría en estas líneas: ¿Cuántos aficionados al balompié entienden realmente ese deporte? ¿Cuántos podrían explicar con solvencia en qué condiciones elegirían un 4-3-3 o un 4-2-4 según las características de los jugadores propios, de los del adversario, de la posición en tabla, de los otros campeonatos que se están llevando adelante simultáneamente? No digo que ninguno, pero ciertamente no todos. Algo parecido pasa en el ciclismo. Para mucha gente se trata de darle al pedal y poco más. Tienen una visión lúdica, nada profesional del deporte. Por eso a ese grupo no le cae bien Armstrong, que es el otro extremo, el profesional total. Un tipo que sólo entrena para esta carrera y ninguna otra. Que corre previamente cada subida analizando en qué lugar va a meter qué relación plato-piñón y hasta qué momento. Que entrena en un túnel de viento para mejorar la posición del cuerpo, manos y cabeza de modo de optimizar aún más la aerodinamia. Un tipo que en años no tomó una gota de vino ni hizo nada que se saliera del objetivo: ganar el Tour de France. Que formó un equipo cuyo director, el belga Johan Bruyneel sigue la carrera en un ómnibus donde tienen computadoras de última generación en las que ha cargado no sólo los planos altimétricos de todas las etapas, sino la historia de todos los contendientes, su potencial y sus posibles aspiraciones tanto en la general como en cada etapa. Con cámaras que muestran en tiempo real la cobertura televisiva. Y con todo eso, decide y ordena por radio a cada miembro del equipo de Lance –antes el US Postal, ahora el Discovery, pero siempre lo mismo- cual es el rol exacto que debe cumplir para asegurar la victoria del líder. Algo que yo encuentro apasionante.
Para los que saben lo que estas variables significan, Lance tiene pulsaciones en reposo del orden de 33 ppm, un VO2 de 83,8 (o sea, una capacidad respiratoria superior a la de un medallista olímpico de natación o maratón)
Muchos acusan a Armstrong de doparse. La realidad es que le han hecho más controles que a ningún otro y ninguno le ha dado positivo. Los de la contra dicen que su tecnología es tan buena, que pasa sin ser detectada. Algo poco creíble pues la tecnología hoy está disponible para cualquier ciclista de un país del Primer Mundo y sin embargo a los demás los agarran de tanto en tanto. Si se dopa, no hay nada que permita concluir que lo hace en forma diferente a todos los demás atletas.
Para los que no lo saben, Armstrong sufrió un cáncer de testículos –probablemente generado en el dopaje, a qué engañarse- que llegó a metástasis en el cerebelo y estuvo en un momento con 50% de chances de morir. Que su carrera continuara parecía entonces imposible. Pero volvió y lo hizo para ganar siete veces el Tour.
Hay una parte de la afición francesa que no se lo banca. Yo creo que es por un conjunto de motivos: porque es norteamericano, y esto hoy en Francia está mal visto, porque es tejano, “más norteamericano profundo aún” desde ese prejuicioso punto de vista, y porque los franceses no valoran como yo, como Enrique, como los norteamericanos, la garra individual, eso de salir solo desde el fondo hacia la gloria. El triunfo de la voluntad individual, no es para el pueblo galo un valor notable. Ahí radica la esencia de la cosa.
Lo interesante es que sus más serios colegas o competidores, son los primeros en darse cuenta que lo que mueve a Lance no es la droga, sino la Fortitude. Los demás no lo entienden, porque de ella nada tienen. Schumacher –otro hegemónico y por tanto comparable a Armstrong- dijo: “nuestros deportes no pueden compararse, en el mío mucho depende del auto”. Una notable muestra de humildad del alemán.
Para mi Armstrong se parece mucho a Gardel, en el sentido de que fueron dos hombres que hicieron de su actividad algo mucho más serio y profesional que sus contemporáneos. Gardel fue el primero en cuidar su cuerpo con dieta y gimnasia para lucir bien en el escenario. El primero en hacer video clips. El primero en elegir corbatas y camisas según como lucirían on stage.
El récord que estableció Lance en el ciclismo durará, me parece a mí, tanto como los de Mark Spitz, Emil Zatopek o Sergei Bubka, para mi los tres más increíbles récords de la historia del deporte (y si Ud. es también un seguidor de estos temas, me interesaría saber si comparte o no, si tiene otro récord en su corazoncito deportista, que pondría a la altura de estos).
Mark Spitz no solo es uno de los únicos cuatro seres humanos a acumular nueve medallas doradas olímpicas, es sobre todo el único a haber ganado siete en una misma Olimpíada y estableciendo en las siete un nuevo récord mundial. Emil Zatopek fue el único corredor de fondo de la historia que ganó oro en las tres carreras de esa disciplina en una misma Olimpíada (5 mil, 10 mil y maratón). La maratón se la ganó a Jim Peters, la estrella de los cincuenta, y sin haber corrido nunca antes esa distancia, ni siquiera en un entrenamiento.
Sergei Bubka es ruso y como Spitz todavía vive. (Zatopek falleció hace unos pocos años). Durante los 80 dominó el salto con garrocha estableciendo hace once años un récord (6.14 mts) que no ha sido superado, hoy se está saltando diez centímetros por abajo como mucho. Pero hizo aún más: rompió 35 récords mundiales, muchos de ellos, de su propia pertenencia.
Ninguno de los tres ha sido superado, y ahora se les une el de Armstrong. O sea, creo que son cuatro récords que difícilmente veamos a alguien quebrar alguna vez. Claro que puedo estar equivocado, pues como dijo una vez ese otro grande que fue el vasco Indurain –con cuya bicicleta me saqué una vez una foto- “¿Cómo me voy entristecer de que Armstrong me haya superado? Los récords están para ser quebrados, chaval”.
Emocionaba verlo a Lance llorar lágrimas amarillas ayer en Champs Elysees, seguido de decenas de franceses en bicicletas de paseo, tal como hacen los barcos de todo tipo y formato, cuando reciben en puerto a un buque que vuelve vencedor a sus muelles.
Chapeau campeón, ya no hay que esforzarse más. Dejá los pinceles, la paleta a un lado. No hay ni siquiera un retoque que haga falta. La obra maestra está terminada.

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